Ángela Vicario -la escritora- en “Crónica de una muerte anunciada” de Gabriel García Márquez

Rosa Patricia Quintero Barrera

Ángela Vicario era la más bella de cuatro hermanas; la soltera de una familia con escasos recursos económicos que recibió de muy buena gana la propuesta de matrimonio entre la joven y Bayardo San Román, el forastero que había llegado al pueblo buscando con quién casarse y quedó prendado de ella cuando la vio en la verbena de caridad en la que cantaba la rifa de una ortofónica con incrustaciones de nácar.

Ella no quería casarse, “no había intentado seducirla, sino que hechizó a la familia con sus encantos” (García-Márquez, 1981, p. 48). Se casaron en una fiesta memorable por el despilfarro y sobre todo por la tragedia. La novia culpó a Santiago Nasar de haberle robado su virginidad, dando inicio a la fatalidad: el abandono del marido a la esposa, el asesinato a cuchilladas de Santiago Nasar a manos de Pedro y Pablo Vicario, la muerte del padre de los Vicario a quien se lo llevó la pena moral y la desgracia para otros habitantes del pueblo.

Puedes profundizar sobre la muerte de Santiago Nasar en: La puerta fatal de “Crónica de una muerte anunciada” de Gabriel García Márquez

La gente pensó que Bayardo San Román había sido la única víctima del nefasto suceso, que Santiago Nasar había muerto por su lujuria, que los gemelos Vicario habían respondido como varones por el honor de la familia; y que Ángela Vicario fue enterrada en vida en una aldea abrasada por la sal del Caribe en la alta Guajira, o eso fue lo que pretendió su madre.

La esposa abandonada aprendió a manejar con gran habilidad la máquina de bordar, logró olvidar y entender su propia vida. El narrador del libro cuenta que la volvió a ver 23 años después de la tragedia y que aprovechó el momento para hacerle algunas preguntas porque estaba interesado en reconstruir la historia para su “Crónica de una muerte anunciada”, le estremeció verla tan madura e ingeniosa, tanto que pensó que era otra persona.

La madre de Ángela Vicario “había hecho más que lo posible para que Ángela Vicario se muriera en vida, pero la misma hija le malogró sus propósitos, porque nunca hizo ningún misterio de su desventura” (García Márquez, 1981, p. 117). La hija pudo ver a su madre como a una pobre mujer consagrada al culto de sus defectos. Se le revolvían las tripas de solo verla, no podía verla sin acordarse del marido que le duró una noche y cuyo recuerdo cargó unas veces más pesado que otras.

Después de muchos años se encontró por casualidad con Bayardo San Román, él no la vio; pero a ella se le avivó su recuerdo, aprovechó para estrenarse como escritora, escribía hasta la madrugada cuando su madre dormía. Escribió una carta semanal durante diecisiete años:

Al principio fueron esquelas de compromiso, después fueron papelitos de amante furtiva, billetes perfumados de novia fugaz, memoriales de negocios, documentos de amor, y por último fueron las cartas indignas de una esposa abandonada que se inventaba enfermedades crueles para obligarlo a volver. Una noche de buen humor se le derramó el tintero sobre la carta terminada, y en vez de romperla le agregó una posdata: «En prueba de mi amor te envío mis lágrimas» (…) Sin embargo, él parecía insensible a su delirio: era como escribirle a nadie.

(García Márquez, 1981, p. 123)

Al fin, un medio día de agosto, llegó Bayardo San Román a su puerta, gordo, calvo, con espejuelos para ver de cerca y con dos maletas: una con su ropa y la otra con casi dos mil cartas sin abrir, ordenadas por fechas y en paquetes con cintas de colores. Mientras que ella se convirtió en escritora, él no pudo ser lector.

Por último, a manera de complemento presento un breve contraste entre la obra de Gabriel García Márquez y la película homónima dirigida por Francesco Rosi (1987) en que aparece una versión de Ángela Vicario muy distinta a la de la obra. En la película ella se entierra en vida –sola- en la casa que iba a ser el hogar de la pareja, siempre luce de luto y solo se la veía cuando cruzaba la plaza para dejar las cartas en el correo. La cinta la muestra como a una mujer en la que ha anidado la muerte.

Algunas películas están inspiradas en obras literarias, a muchas personas les gusta más verlas que dejarse llevar por las maravillosas prosas de los libros y de sus autores. Quedarse con la representación de “Crónica de una muerte anunciada” y más del ser que habita a Ángela Vicario que ofrece Rosi, es perderse de lo esencial de la obra; como ocurre con la mayoría de películas.

Bibliografía

García-Márquez, Gabriel. (1981). Crónica de una muerte anunciada. Bogotá: Editorial La Oveja Negra.

Rosi, Francesco. (Director). 1987. Crónica de una muerte anunciada. Italia, Francia y Colombia. 109 minutos.

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